Despertando del sueño: Relato erótico (+18)
Despertando del sueño
Abandona el sueño criogénico. A su alrededor, una constelación de luces y colores empieza brillar, a conectarse y a iniciar procesos automatizados: la vida renace.
La cámara se abre con un sonido hidráulico. Es una urna similar a una pecera que, junto con otras, forman un círculo alrededor de una torre que les da el sustento necesario. El resto están vacías, todas excepto una.
La ocupante de la cámara 1 se levanta, se desentumece. Su cuerpo tonificado se estira como el de un gato. La fina gasa que le cubre cae mostrando a la nave y a su pseudo vida sus pechos suaves y redondos y su pubis depilado. Se reconoce el cuerpo. Aun se sorprende, aunque la trasferencia sea una práctica habitual desde hace siglos, de habitar un cuerpo que no es el suyo. Era lo suficientemente mayor para haber visto a gente morir de vieja, cuando sus cuerpos se corrompían por la edad y la transferencia era una práctica cara y poco o nada extendida. Y, aunque ya acumulase varios saltos, le chocaba verse en cuerpo joven. La exploración le ha alterado demasiado y prefiere parar. Observa a su acompañante. No servía de nada mirar su cuerpo, podría tener 50 o 100 años, nunca lo sabría. Calcula que aun le quedan unos 10 minutos para despertar.
La unidad informacional automatizada (UIA) se acerca rodando. Tras informarle de su agenda, le invita a iniciar el protocolo estándar de reanimación. El circuito comienza con una ducha. Lo completan un masaje para reacondicionar los músculos y una cadena de ejercicios seguida de una nueva ducha. Cuando está lavándose, su compañero de tripulación aparece, empezando su propio circuito. Entra desnudo y se acerca a uno de los aspersores.
Ella no puede evitar admirar su cuerpo. A pesar de su edad, sigue activa y despierta sexualmente. Sin pretenderlo sus manos se escurren entre sus piernas. Con el jabón se acaricia, cerrando los ojos y ansiando el calor de un cuerpo sobre el suyo. Sus dedos recorren la piel desconocida como si lo conocieran de toda la vida. Su mente reacciona al tacto como siempre, pero ese cuerpo le provoca una sombra de algo diferente. Esa mano que es a la vez, amiga y extraña, despierta cargas eléctricas que recorren su cuerpo, endurecen sus pezones y le causan gemidos ahogados. Sus dedos teclean con la pericia del informático sobre una terminal. Esta carcasa es diferente, pero pronto aprende a responder a sus peticiones y preferencias. Enseguida está boqueando, agarrándose el pecho con la mano ajena y escondiendo los dedos en el bolsillo de otra.
Cuando considera que le queda poco y redobla sus esfuerzos, gime y grita. Casi se cae al sentir algo que no espera. Pese a que el aspersor está apagado siente una humedad que le sorprende y le estremece. Abre los ojos y, a sus pies, sorbiendo con fruición, sacando la lengua y acariciando sus pliegues está el otro miembro de la nave. Ella grita por la intrusión pero está demasiado aturdida por el placer para protestar. Se deja hacer, se muerde los labios y se permite agarrar el pelo de su aplicado compañero. Tira de él cuando muerde, enreda los dedos en el pelo, cuando usa la lengua como ariete y le aprieta la cabeza contra sí cuando lame su pubis, sus labios y su clítoris.
Fuera de las duchas comienza un sonido de alarma, pero ninguno de los dos le hace caso. “Bien podríamos estrellarnos ahora en un sol” piensa al tiempo que se deja caer. El otro se tumba junto a ella.
—Espera.
Ella le atrae y le tumba sobre su cuerpo: son fuertes y preparados, pueden aguantar eso y mucho más. Él se acopla sobre ella y vuelve a colocar la boca y, ahora también, las manos. Ella decide devolverle el favor y agarra su pene. Él se estremece y se centra con energías renovadas en complacerla. Usa una mano para abrir los labios y con la lengua recorre la piel rosada que deja el regusto en su boca. Ella agarra y acaricia la suave piel del hombre, sube y baja la mano y le da ligeros besos en el glande. Su pene reacciona a los impulsos palpitando y saltando. Ella abre la boca y lo recibe entero, usando la lengua para acariciar los testículos. Los dientes muerden y los labios rodean y humedecen el tronco.
Pronto entre temblores y gritos ahogados por el cuerpo del otro llegan al final. Una vez más, ella se sorprende por el hecho de que el cuerpo de él no suelte la descarga esperada. Esto es así pues los ingenieros decidieron que era un gasto de recursos y energía innecesario. La reproducción se hacía por otras vías: las madres superioras, sacerdotisas y matronas eran las únicas que tenían sexo con objeto reproductivo. Los hombres iban a los templos a partir de su madurez biológica para procrear y contribuir a la supervivencia de la especie, cumpliendo así con su deber a la humanidad. Cuando el cuerpo original era abandonado, esta obligación desaparecía pues los cuerpos genéticamente mejorados eran estériles por una decisión de diseño: toda la energía estaba enfocada a producir cosas necesarias. El placer, por otro lado, se había demostrado indispensable para un buen desarrollo de la mente y el cuerpo. Hubo intentos de suprimir esa necesidad, pero los sujetos eran inestables.
Una vez llegados al orgasmo, se levantan y vuelven a sus quehaceres. Él regresa al aspersor y sale directo a hacer el circuito. El sonido que ya habían olvidado era la UIA recordándoles la agenda. Ella repite su ducha y sale a realizar las tareas asignadas. La nave les ha despertado: la misión ha comenzado.