Hoy tocan Celtas en Navalcarnero (Historia de una canción)
‘Hoy tocan Celtas en Navalcarnero’ es la historia de ‘La senda del tiempo’, del grupo pucelano, desde el punto de vista de un fan en Navalcarnero
Celtas Cortos tocaron con gran afluencia de público en la plaza de Segovia de Navalcarnero el pasado lunes 4 de septiembre, tras el pregón de Javier Martínez Reverte. Y, así, se empezó a escribir este artículo.
“A veces llega un momento en que
te haces viejo de repente,
sin arrugas en la frente,
pero con ganas de morir”.
Hay noches en las que la vida se sube a tus hombros como una losa y pesa, pesa demasiado… La oscuridad del cielo se asemeja al plomo. Caes poco a poco hasta arrodillarte en el suelo. En ese instante, las lágrimas que acumulas en otoño rompen los lazos de la cordura; de la compostura; del saber estar en una sociedad que castiga la sensibilidad; y lloras.
Lloras con rabia, con furia, con impotencia. Lloras porque duelen las ausencias, porque sientes incertidumbre, porque temes la soledad infinita a la que nos arrastra sin piedad el tiempo, porque no tienes armas para combatir contra esta guerra que es la propia existencia. Lloras… Lloras con la intimidad que te brinda el estar rodeado de gente y no conocer a nadie; con la certeza de que nadie ve tus lágrimas, salvo algún amigo atento que se las calla; con una canción como hilo conductor que se revela, que te rebela contra las normas del protocolo sonriente y festivo. Alguien en algún momento sintió lo mismo…
“Paseando por las calles,
todo tiene igual color.
Siento que algo echo en falta
No sé si será el amor”.
Se desnuda, de pronto, tu pueblo. En él, sólo alcanzas a ver siluetas cobrizas que se iluminan de forma intermitente con la luz brillante de los focos. Nada importa. No perteneces a este mundo. Esa noche, no. Tu cabeza anda perdida por el ritmo de una melodía, por la senda de unas estrofas que almacenan recuerdos y amontonan palabras. Todo se escribe en el firmamento y cruza de forma sencilla y centelleante como una estrella fugaz de agosto.

(Fotos Cedidas por Navalcarnero Info)
Sin embargo, es septiembre. Te produce pavor diciembre y un año venidero, en el que sigues varado en una incesante adolescencia, aunque el problema no sean ahora los granos. Controlas las parcelas de la vida que sientes ajenas, pero lo propio te destruye. Son cataclismos, desastres naturales para los que de nada sirve un ejército bien intencionado de éxitos o instantes alegres fútiles.
“”He cruzado los desiertos
de la tierra del dolor
y no he hallado más respuesta
que espejismos de ilusión”.
Navalcarnero, con su arena, con su gente, con sus niños, con la impaciencia de la mesa vacía, con el nocivo relente de un cruce de caminos, marcado por el trasiego de las apariencias y de una moral absurda, se convierte en la hidra de Lerma. Pero no eres Hércules ni estás en Grecia y, sencillamente, careces del heroísmo del que afronta las circunstancias sin atender a los problemas.
Y esa noche tocan Celtas. Y esa noche tocan Celtas. Y esa noche tocan Celtas… Nadie comprende qué te pasa con ese grupo ni por qué a tus pies se mueven las piedras cuando suenan los acordes de algunos temas. Lo entiendes tú y eso basta. Hablan de libertad, de amor, de tolerancia, de opresión, de esperanza, de evasión, de diversión, de mierdas… De las mierdas que me importan y a otro no le interesan. De mis mierdas… Del sueño anarquista en una nación conservadora de derechas. De mis mierdas…
“He hablado con las montañas
de la desesperación,
y su respuesta era sólo
el eco sordo de mi voz”.
Termina la canción y no has podido cantarla. Tus cuerdas tropiezan con saliva y la onda se distorsiona. La emoción es impagable e imparable. No puedes frenarla. Al final, un amigo te abraza y sigue el concierto. Como si nada…