Juan Holgado Marín: Reseña sobre “El peregrino entretenido”
Pocas veces he tenido la oportunidad de pasar unos ratos tan buenos con la lectura de un libro como en esta ocasión leyendo la obra del escritor Ciro Bayo “El Peregrino Entretenido”. Si bien estamos ante un autor poco conocido, seguro es que estamos ante un gran escritor. Ya se sabe que no siempre la fama hace justicia y encumbra a la popularidad a los más sabios e inteligentes. Es de sobras conocido aquello de “quién dijo que la vida fuera justa”. Cientos ycientos de hombres extraordinarios han dejado este mundo en la más absoluta indiferencia de sus coetáneos, y sin embargo, esto no les resta méritos para que fueran grandes personas y destacadas figuras en sus respectivas artes ó profesiones de científicos, músicos, escultores, escritores, etc.
Nacido en Madrid en 1860, Don Ciro Bayo y Segurola, fue amigo de los hermanos Baroja y otros escritores de la generación del 98. Tal vez porque le tocó vivir en uno de los periodos más gloriosos y fecundos de las letras y el pensamiento español de todos los tiempos, la gloria literaria no le reservó un espacio digno de sus trabajos y de su obra. Dedicado y afanado a la máxima tarea del hombre, la de comer y sobrevivir dignamente, este escritor incansable no tuvo la suerte de alzarse a la cumbre y al reconocimiento general como si lo hicieran otros escritores de su tiempo. Porque la fortuna y la fama le fueran esquivas, ó quizás porque, dadas sus bondades y filosofía de vivir, estas banalidades de la vida no le importaron nunca un bledo, don Ciro Bayo no disfruta del lugar que se merece en la historia de nuestra literatura.
Quizás sea, por estas mismas razones ú otras que no vienen al caso, que el incansable viajero, el escritor y el hombre muriera a los ochenta años, también en esta ciudad de Madrid, el 4 de julio de 1939 en el Hospital Provincial, en la más absoluta pobreza, solo y olvidado. Como dijo su amigo y también escritor, compañero interno y al amparo ambos de la caridad del Instituto Cervantes durante los últimos años de sus viudas, don Modesto Moreno de la Rosa: “Yo siento la huella de su espíritu en el silencio de la mañana. Y, sin embargo, aquí ya no hay nada de él.”
Es esta una novela picaresca en el más amplio sentido de la palabra, tanto por la técnica empleada, como por sus fundamentos. Está escrita al estilo y a los modos de las mejores obras de este género durante el Siglo de Oro y posteriores. Desde mi modesta opinión, El Peregrino Entretenido es comparable a otras novelas de su género de autores tan prestigiosos y conocidos como el anónimo “Lazarillo”, Mateo Alemán con “Guzmán de Alfarache”, ó Quevedo con “El Buscón”.
Además de novelista, Ciro Bayo era un gran conocedor y traductor del inglés, el francés y el italiano. Dejó una gran obra y escritos de todo tipo. Una extensa producción propia de un trabajador incansable. Sus biógrafos dicen que escribió más a petición de sus editores, y para colmar sus necesidades económicas, que entregado a la creación literaria como tal. Y aunque no son muy reconocidas sus novelas, ni sus trabajos de otros estilos, si son de destacar, por extraordinarios, sus estudios lingüísticos y filológicos. Unos versos de su amigo de residencia, don Modesto de la Rosa, resumen así su entrega a la labor de producción:
Es Don Ciro otro que tal,
literato cuartillero,
que no lo pasa muy mal,
pues de alguna editorial
cobra el hombre algún dinero
Joaquín de Entrambasaguas, Catedrático de la Universidad de Madrid, al que debo el placer de haber descubierto esta novela y a su autor, y de paso la mayor parte de estas notas, nos lo describe en el extenso y maravilloso prólogo de esta edición, (1) como un hombre generoso, campechano, grandullón y fumador, poco bebedor y eso si, un lector incansable. Siempre se le veía con un libro en las manos. Poco dado a las bromas y si dado al comer. “De pocas palabras, serio y melancólico, encerrado en sabe dios que laberinto íntimo. Su espíritu espléndido y generoso suavizaba las asperezas de su carácter”.
Pero vayamos al contenido de la novela que es lo que nos importa y me ha animado a escribir estos comentarios más propios de un panegírico que de una crítica literaria al uso. La obra transcurre en veinte días y se resume en doce jornadas ó capítulos en los que describe sus experiencias y andanzas de un viaje que partiendo de Madrid, discurre por la Sierra de Gredos a través de los bellos y numerosos pueblos del valle del río Tiétar, como Brunete, La Adrada, Pedro Bernardo, Arenas de San Pedro, avanzando hacia Madrigal de la Vera y Cuacos para terminar en el monasterio de Yuste.
Con las dudas de si el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico “Alemania” fue en verdad el hombre solitario de Yuste, dedicado a la oración y a la contemplación por un problema de fe y entrega de su alma a la meditación y a Dios. O si, por el contrario, se refugió en aquel lugar para que descansara el hombre enfermo y agotado. O, como otros dicen, para dar curso a la simple vanidad del rey que se montó un retiro con más de cien guardias y criados, al que, hasta su muerte, continuaron acudiendo nobles, clérigos, militares y demás estómagos agradecidos a rendirle pleitesía; el Peregrino Entretenido pone fin a su viaje de trotamundos y de múltiples aventuras.
Desde aquí, desde el lugar de retiro del que fuera máximo emperador de las Españas y de las Américas. Un imperio del que los historiadores llegaron a decir que no se ponía el sol, el peregrino retornó a la capital por los pueblos de la dura meseta toledana. Talavera, Maqueda, Santa Olalla, y Valmojado, para venir a finalizar su viaje en la real y noble villa de Navalcarnero, donde prácticamente da por finalizada su aventura. Antes, describe a Madrid, allá al final de la planicie, como el último y el más grande, señorial y regio de los pueblos de La Mancha. Desde aquí se despide de los lectores con un capítulo extenso y a modo de resumen y conclusiones, que bien merece unas reflexiones.
En Navalcarnero, mientras aguardan el tren que viene de Villa del Prado y se toman unos vinos, el escritor mantiene un interesante debate con uno de los personajes de la novela, su amigo el señor Scherer, hispanófilo tirolés en viaje por España. Ambos discuten y el extranjero traza una descripción interesante y a veces nada “políticamente correcta” del carácter de los castellanos, de estas tierras, de su raza, de sus gentes y plantea, a su manera, un resumen de parte de nuestra historia. De sus críticas no se salvan los campesinos, los reyes, los pintores, los escritores, La Santa Inquisición, la Santa Hermandad y el Honrado Consejo de la Mesta. Entre otras muchas cosas, el viajero español y el científico europeo discuten en estos ó parecidos términos:
-Desde el resto de Europa, España se ve en tonos grises y pardos. Porque mientras Torquemada quemaba judíos, Fray Luis de las Casas se levantaba como abogado salvador de los indios americanos. Los místicos castellanos vivían delirando de amor divino, y los inquisidores de cólera. Vuestros mejores escritores del Siglo de Oro tienen la característica del tiempo en que vivieron: el sobresalto de ánimo de quién teme persecución o censura de la Santa Inquisición. Muchos manuscritos originales de la Biblioteca Nacional se conservan con tachas y enmiendas del tizón de la censura.
-El color preferido de los pintores españoles ha sido el pardo, barniz de los pucheros de la tierra. Velázquez, Murillo, y no digamos de Juan de Juanes ó Zurbarán, son grises tirando a pardos. Hasta El Greco es gris, grises azuleantes, cárdenos, purpúreos como sus figuras de nobles y cardenales…. -¿Y qué me dice de Goya, y Fortuna? –Esos intentaron colorear con toques alegres la pintura española pero no crearon escuela. Ahora mismo, en nuestro tiempo, Zuloaga se impone a Sorolla. Por todo ello, la impresión de las salas españolas del Museo del Prado, salvo matices más brillantes atenuados por el tiempo, es el gris.
-Los rasgos característicos de la gravedad del carácter de los castellanos son el estoicismo y el buen sentido. Son la gente más sobria de Europa, no abusan de nada, ni del placer, ni del trabajo ni del pensamiento. El pardo es el color de su tierra, de sus vestidos, de la moderación y también del cerebro. –Amigo mío, esa gravedad, ese estoicismo son circunstanciales y fueron impuestos a rebencazos “latigazos”. El poder eclesiástico de acuerdo con la potestad civil, aplicó la ley marcial a los enemigos del dogma y el pueblo se aficionó a las expiaciones religiosas de sus pecados con toda clase de procesiones y sacrificios lacerantes y crueles que aún perduran en lo más hondo de nuestras tradiciones.
-“La llanura castellana, aunque a usted le parezca una estepa a primera vista, no es absolutamente triste cuando se anda por ella. Es si, de carácter uniforme: una sábana de tierra de pan de llevar, hasta una pequeña loma; en la loma una hendidura, por la que baja un arroyo por entre adelfas, retamas y zarzamoras; el agua, ahondando la cañada pedregosa, erizada de cañas y juncos, en los secarrales, el tomillo, el espliego y el romero, bajo cuyas matas se ocultan conejos o perdices, y a pocas leguas, la montaña pelada o erizada de encinas o carrascos”.
“Mi viaje ecuestre termina en Navalcarnero, a cinco leguas de Madrid, en el camino de Extremadura. Cansado de la monotonía y del polvo de la carretera, me detuve en aquel pueblo y al primer chalán que encontré le propuse en venta mi caballo. Ganoso de sacar siquiera lo que me había costado, hice al tratante el elogio del animal; ponderé su nobleza, su resistencia a la fatiga y aún creo que repetí la lección del gitano sobre la bondad de una mula; pero no le valieron argumentos; hube de malvender al cuatrago, del que me despedí, como de un compañero, acariciándolo y deseándole buena suerte.”