LA PLAZA DE PALOS (Navalcarnero hace 50 años)
Navalcarnero. Un mes de agosto cualquiera de la década de los sesenta. Día siguiente a la Virgen de la Asunción. El 16 para más señas. Hay un olor nuevo que se extiende por el pueblo desde primeras horas de la mañana. Un olor que partiendo de la plaza se desliza por las calles del la villa. Es un aroma a madera que dobla por callejones y esquinas, que se mete por puertas y ventanas y que logra alegrar la mayoría de los corazones de la gente que lo percibe. Han descargado los primeros palos en la plaza. Las fiestas de septiembre ya están aquí. Durante más de veinte días se procederá a la construcción, como todos los años, de la plaza de palos donde se celebrarán al menos dos encierros y dos novilladas. Las fiestas. Para los chavales ya empezaban ese día que digo. Saltar por encima de los palos era todo un acontecimiento
. Por las tardes la plaza bullía de críos gritando y corriendo. Los padres, lógicamente, preocupados. Los niños, lógicamente, inconscientes. Raro era el año que no había una pierna o un brazo roto o unos dientes que volaban por los aires. Me imagino como sería esto hoy. Unas vallas rodeando la construcción de la plaza y una caterva de vigilantes atentos a que ningún niño tuviera contacto con los palos. Incluso pondrían hasta multas ¿Qué no? Pero aquello eran los sesenta. Según decían estábamos despertando del subdesarrollo. Nos estábamos europeizando y ya nuestras playas estaban llenas de bikinis y sombrillas de colores. Según muchas mentes preclaras una plaza de palos empezaba a ser un anacronismo dentro de la civilización y el progreso que estábamos alcanzando. Pero a los críos aquello nos entusiasmaba y a los mayores creo que también. Seguíamos la construcción de la plaza con verdadera pasión. Ya han clavado los primeros palos, ya han cerrado el círculo de la plaza, ya han puesto los travesaños, ya han puesto las tablas, ya han puesto los burladeros.
Todos los años era lo mismo pero todos los años era igual de emocionante. Sentíamos las fiestas del pueblo correr por nuestras venas y nos hacía ilusión ver como la plaza se levantaba poco a poco y daba fe de que Navalcarnero estaba en fiestas. Para nosotros las mejores fiestas de la comarca. Esa plaza de palos y tablones, de cuerdas entrelazadas, de olor a pino fresco, era el símbolo de nuestras fiestas. Cuando desapareció, ya bien entrados los años ochenta, se llevó un trozo de nuestra infancia y de nuestro corazón. Yo ya sé que era una antigualla. Que era un rescoldo del pasado, que cabía poca gente para lo que había crecido Navalcarnero, que era incómoda y si me apuran hasta peligrosa.
El progreso borró la plaza de nuestras vidas. Lo malo es que en aras de ese mismo progreso hemos borrado prácticamente las fiestas de las cuales hablaré en otra ocasión. Solo un apunte. A nadie se le ha ocurrido cambiar el itinerario de los encierros de Pamplona (ya saben cuesta de Sto. Domingo, Mercaderes, Estafeta…) porque las calles son estrechas y no caben las personas que visitan Pamplona hoy en día. Ni tampoco a nadie se le ha ocurrido demoler el palacio de la ópera de Madrid porque también cabe poca gente. Es curioso comprobar como los delirios del progreso pueden hacernos transitar desde una plaza de palos hasta una plaza tipo nave espacial que podría dar servicio a cualquier capital de provincia española (plaza de toros Félix Colomo) Pero bueno, Los que vivimos la infancia en aquellos años nunca vamos a olvidar al Tío Milla con su martillo y sus clavos dirigiendo las operaciones de construcción de la plaza. Ni tampoco vamos a olvidar a Jesús Casas pintando los burladeros. Recordaremos aquellas tardes de toros debajo de los tablados, aquellas noches guardando sitio para el encierro, aquellos conciertos de las bandas de música que venían de otros pueblos porque aquí no teníamos ni banda.
En fin, eran otras fiestas. Eran las nuestras..Las que guardamos en el recuerdo. Que desaparecieron un día y apenas nos dimos cuenta. Y sobre todo era nuestra plaza, nuestros palos y nuestro olor a resina. Qué bonita estaba la Plaza de Segovia con su plaza de palos. Mientras la veíamos creímos que no la íbamos a perder nunca. Después de más de treinta años desde que se construyó la última ya no nos queda en la cabeza más que una foto del pasado. Y encima en blanco y negro.