Las Moscas Cojoneras
JUAN HOLGADO
No conozco a nadie que le gusten las moscas cojoneras. Por algo será. Hasta el nombre suena mal y es repelente a nuestros oídos. El rechazo hacia estos insectos es general, mucho más si nos molestan de continuo ó nos dan un picotazo. Cuando yo era niño, allá en el pueblo, en plena sierra, los animales de carga como los mulos, los burros y caballos, tenían que soportar dos cosas, el duro trabajo que sus amos les obligaban a realizar a diario en terrenos tan difíciles y, además, la presencia omnipresente de las moscas cojoneras con constantes picaduras. Recuerdo que los pobres animales, para defenderse de su presencia tan persistente como molesta, y ahuyentarlas, usaban de manera continua las crines de su cola y el meneo constante de su cabeza y orejas.
En casa, especialmente en verano, los problemas con las moscas no eran nada mejores. Además de colgar de los techos aquellas tiras impregnadas de pegamento y usar toda clase de insecticidas, repelentes y remedios para librarnos de los desagradables insectos, nuestras pobres abuelas y madres estaban todo el día dando manotazos a diestro y siniestro para espantarlos y quitarlos de las tiernas y dulces caras de los niños pequeños y no digamos de los bebes indefensos. Recuerdo que el abuelo era todo un experto en eliminar a estos repugnantes bichejos. Sentado a la mesa ó cerca de ella, y provisto de una paleta de palma que el mismo se había fabricado a modo de badila, no paraba de dar mandobles todo el día. Sobre la mesa había un hule de plástico con el mapa de la península dibujado. Con cada hazaña de su particular cacería pregonaba en alto:
-Esta la he matado en Badajoz, aquella en Bilbao y esta otra en Alicante. Todo ufano y contento alardeaba de su habilidad para acabar con los pesados insectos. Lo cierto es que allá donde se posara una mosca, paletazo que le soltaba. A pesar de su edad y de su vista cansada, tenía un tino perfecto y envidiable.
En la actualidad, en las ciudades, aunque en menor medida, toda la vida la pasamos comprando insecticidas, ya sea para acabar con las moscas que continúan colándose en nuestras casas, molestando y haciendo acto de presencia en nuestras vidas, o con los dichosos mosquitos, que en verano no nos dejan dormir. Que esa es otra historia no menos desagradable.
Pero sigamos con el relato del asunto que nos ha traído hasta aquí y que no es otro que el de: ¿Cómo librarnos de esa nueva especia de moscas cojoneras electrónicas e informáticas, tan modernas y no menos pesadas, que nos invaden a través de las pantallas de los ordenadores, la televisión, las tablets, los móviles y cualquier medio de comunicación de masas?
El gobierno legisló hace poco el asunto de los teléfonos y ha puesto algunos limites a la irracionalidad de algunas empresas. Se trata de evitar que nos llamen a casa a las once la noche ó el domingo a las cuatro de la tarde y en plena siesta. Algo es algo. A decir verdad, muy poco si tenemos en cuenta el bombardeo masivo y constante al que nos vemos sometidos los ciudadanos sin pedirlo, sin poder hacer nada para defendernos, y a veces sin venir a cuento. Para más INRI, en la mayoría de los casos, la invasión nos viene en unos medios y servicios que son nuestros y que en España estamos pagando a precios bien altos, por cierto, que esa es otra.
Creo que no es lo mismo soportar una hora de publicidad, con cuñas de los mismos productos y repetidas hasta la saciedad y el aburrimiento en el transcurso de una película en un canal privado de televisión, que el que te coloquen en la pantalla de tu ordenador un montón de cuñas y pantallas que interrumpen, sin venir a cuento, cualquier trabajo ó actividad que tu estés desarrollando, como tampoco lo es que colmen el buzón de tu móvil y tu email de mensajes ó que te aburran con llamadas sin fin para informarte sobre un producto ó servicio que ya has rechazado anteriormente mil veces.
La programación de la televisión de turno la puedes cambiar, si te place, usando el mando y optando por otro canal, pero tu ordenador personal, tu teléfono son privados y el servicio de Internet y móviles cuestan una cuota mensual nada desdeñable, con una de las tarifas más caras de Europa. Por esta razón y del mismo modo que no admitimos publicidad en un canal de televisión de pago, tampoco es correcto y no debemos admitir que nadie deba interrumpir lo que estemos viendo ú haciendo en nuestro ordenador personal, para mostrar sus pantallas de publicidad.
Mala praxis es que desde la lectura o el trabajo, pasemos por curiosidad o por error a comprar y a consumir el producto o servicio de marras que un tercero nos propone a cada momento. ¿Permitiríamos a alguien que pare nuestro coche en mitad de la carretera y se suba a él sin nuestro permiso para vendernos lo que le parezca bien a cada uno? Por cierto, últimamente el sexo, las loterías y los juegos de azar se cuelan en todas las máquinas y se llevan la palma en esto de incitarnos a consumir y a gastar el dinero que no tenemos. ¿Por qué será que los vicios y la incultura estén siempre a la vanguardia y en todos los frentes?
En fin, que toda vez que las empresas, en su afán ilimitado y sin control de vender y vender por todos los medios y modos, no son capaces de controlarse y autorregularse, debe ser el gobierno ó quien corresponda, el que deba poner cotos a esta plaga descontrolada de moscas cojoneras que nos asola, que tanto tiempo y dinero nos cuesta y que tanto nos molestan. Desde aquí mando un SOS a quien corresponda. ¡Por favor! Que inventen algo para librarnos de ellas. Aunque sea una badila como la del abuelo.