Sara Arandanidou Micó
Madrid, 3 de abril de 2013
Querida Esperanza:
En primer lugar, te pido por favor que no te enfades. Tampoco te preocupes. Paso a explicarte qué me ha traído donde estoy:
El veintitrés de febrero a las once y cuarenta me dispuse a tomar un café solo en la tumbona de la terraza. Entonces observé que el cartel que decía “se alquila” ya no estaba en el balcón del segundo derecha del número cuarenta y cinco, y me pregunté con asco qué ruidoso amante de Coldplay habría llegado para quedarse. Para alejar ese pensamiento, abrí el último libro de Mario Santoro por la página doscientos cuarenta y continué leyendo en voz alta donde lo había dejado el día anterior.
Leí solamente veinte páginas, como cada mañana. Cerré el libro. Levanté la cabeza para estirarme y entonces invadió mi campo visual la nueva e indeseada vecina de enfrente. Su cuerpo era una línea recta. Sus brazos, paralelos a su cuerpo, dos líneas igualmente rectas, como sus piernas. Sus labios formaban la línea más recta de todas.
Advirtió mi presencia, dio media vuelta y se metió en su nueva casa.
El veinticuatro de febrero a las once y cuarenta estaba saboreando un café solo cuando las primeras notas de El pájaro de fuego atrajeron mi atención al balcón de la acera de enfrente. Coldplay habría sido bastante peor – pensé mientras forzaba la vista.- ¡Cuando baila no es línea recta!- exclamé– ¡cuando baila es como hilos blancos mecidos por el viento!

¡Cuando baila es como hilos blancos mecidos por el viento!
La puerta doble de la terraza estaba abierta de par en par y dentro no se veía ni un solo mueble. Solamente un suelo de madera, un espejo gigante y algunas barras de ballet conformaban la habitación en que se encontraba. Bailaba como ida en el centro de la sala y yo solamente veía hilitos blancos mecidos por el viento.
Normalmente, cuando me obsesiono, la melodía de una canción rebota en mi cabeza durante días sin dejar que me concentre en otra cosa, o compruebo una y otra vez que están cerradas todas las ventanas, o en tardes de domingo, limpio meticulosamente todas las monedas de mis colecciones sin llegar jamás a tocar ninguna; a veces, simplemente me froto bajo el agua las manos durante horas, aterrorizado con la idea de enfermar por haber tocado algo que no debía. Todas estas manías van y vienen pero hay algo que me ha obsesionado desde siempre: sueño cada noche con millones de coches pasándome por encima como leones. No recuerdo la última vez que crucé una calle. Ni siquiera estoy seguro de haberlo hecho solo alguna vez.
Tras varios días deleitándome con El pájaro de fuego estaba decidido a cruzar la calle por ella. Iba a tocar su telefonillo e iba a invitarle a tomar café conmigo. Iba a pedirle que bailara para mí una y otra vez ese pájaro de fuego. Iba a decirle que mirarle es la mejor de mis estereotipias. Iba a hacerlo. Pero la idea de la carretera entre su casa y la mía era demasiado.
¡Un mensajero!- me dije. – ¡Tengo que llamar a un mensajero!
El resultado es el siguiente: a estas horas estarás sentada en el suelo de tu pequeño estudio con un vestido blanco y una cafetera en el fuego. El olor del café estará envolviéndote. Probablemente te preguntes por qué contestarías los mensajes de un perturbado como yo, por qué darías crédito a sus filias y sus fobias, por qué accederías a tener una cita con él creyendo de verdad que iba a ser capaz de cruzar aquella calle solamente para que fueras su pájaro de fuego.
Ocho tramos de escalera. Ocho veces uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho. Iba de punta en blanco y decidido. La tarde era perfecta. Una vez en la calle contuve la respiración. Puse un pie en la carretera. Puse otro. Adelanté el primero de nuevo y el segundo otra vez. Respiré de nuevo. Adelanté por tercera vez el pie derecho y entonces… ¡un león de cuatro tiempos! ¡Me tumbó sobre las rayas de la cebra! ¡Y no era un sueño! ¡Esta vez sí que no lo era!
Lo que tienes en las manos es el último recurso de un hombre desesperado, alguien que no se cree capaz de cruzar sin ti el paso de cebra que le separa de tu casa, o en el peor de los casos, los tres que separan este hospital de la suya. Si aún quieres ser el pájaro de fuego de este loco , ya sabes donde encontrarme.
Ricardo.